miércoles, 2 de marzo de 2011

carta a horacio

Inquieto de verdad Horacio, están pasando cosas raras aquí, de verdad, mira todo a mi alrededor lo estoy llenando de pleonasmos, de prescindibles ceremonias solo adecentes a la oscuridad, a migajas que llenan toda la cama y punzan la espalda como colcha de clavos, como si de verdad molestara, dónde quedó ese conciente camino que me hacia chocar con murallas, murallas que son solo la proyección de la coraza en la que retomo divagaciones, infinitas vueltas a su orbicular e inconsistente relieve.

Dónde quedaron esas coincidencias tan acertadas que me encontraba en la calle y sin sorpresa metía al bolsillo para seguir jugando mientras el camino me llevaba por parajes  y gente con voz, miel o chocolate, qué pasó con eso, quizás el tiempo, esas graduaciones, cumplir los ciclos, que voy en el tercero, o cuarto, donde está la falla, qué sucede que estoy dejando de creer en Cortazar, qué es todo esta hipocresía, psicoanálisis y estructuralismos que se incrustan tal cual metales pesados y fríos, dando gélida sensación que solo me deja un castañeteo en los dientes.

No sé cómo sucedió, puede hayan sido los “te quiero” mientras buscaba aquella, la única moneda pequeña, que no estaba al fondo sino arriba en esa pequeño y apretado rincón de algo aun mas pequeño que oprime contra piel y tela, eso a lo que le dicen bolsillo perro. La adaptabilidad se escapa, se pierde, solo le queda la esperanza de un crucero al desierto, se me están olvidando los cursos básicos de psicología, escribir ya no pasa a ser trampa sagrada, solo me ayuda a ver cuanto avanzo en ese ejercicio de acomodarnos en nuestro propio cadáver, los actos poéticos se van por la ventana sin volver, solo están llegando palabras como “mierda” y “polvo”, los cajones se llenan de ropa sucia, el acorde esta cambiando sin poder seguirlo, y recuerdo las conversaciones con amigos, las conversaciones en paralelos espacios donde la patafísica y metafísica barata me llevan a montones de libros que son solo mi piso, una sustancia viscosa y vibrante, fui a dejarte la carta a la tumba, solo yo entendí el acto de hacer llover, deseas materia prima, sé que esas palabras no las necesitaste ni en voz baja ni alta, ni siquiera utilice esa entrañable lección de miradas que aprendí en los escalones con mi bicicleta al costado, fue el agua que te llevó mi tinta hasta cubrir todo tu pecho, allí debieron haber llegado esas palabras, sabía era la única forma de hacerlo, con el vagabundeo perpetuo soslayando piedritas las cuales patear y subir alguna colina, casilla por casilla, llegando a su aeropuerto en lo alto y su beso sea alguna nave hecha de caramelo y risas. Vértigo pasa por mi espalda, esa extraña sensación cuando sueñas algo terrorífico y despiertas siendo tú mismo.

1 comentario:

  1. Un gato negro me encontró en una escalera bebiendo vino, mirando el mar. Se metió entre mis piernas buscando calor. Frotó su pelaje negro con la piel pálida de mi espalda. Me respiró en la nuca y me mordisqueó el hombro. Lo puse sobre mi vientre y le miré los ojos negros, tenía una inclinación grosera en la mirada, pero demasiado magnética y subterránea para ser banal. Me encontró un gato negro mirando el mar y a mí me regresaron las ganas de escribir. Era un “animal poético”.

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